Dio un paso al frente y se presentó con palabra firme y un pequeño gesto de cabeza transmitiendo gusto de hacerlo. Ella respondió sosteniéndole la mirada y con sonrisa cautivadora. La había visto en otra ocasión, hacía ya varios años y desde entonces le había seguido la pista de evento en evento. Sabía dónde vivía, cuál era su círculo de amistades y a qué familia correspondía, por desgracia. Éste último apunte era debido a que su diferencia de estatus no hacía posible un trato más allá de un saludo cordial y una conversación amable. Pese a que Brian sentía otras necesidades.
Estuvieron hablando un largo rato sobre las aficiones de cada uno. Ella amaba leer, y él se dedicaba a escribir. Este punto hizo que ella se interesara en su obra y en los aspectos que trataba en sus ensayos.
El hecho de tenerla cerca, que ella quisiera profundizar en su trabajo y en su arte le hizo hincharse de orgullo. Cuando llegó la hora de la despedida, él tomó la mano de ella y la besó con delicadeza y respeto, a lo que ella respondió con una cálida sonrisa.
Meses después volvieron a encontrarse, esta vez en un círculo más íntimo y sin tantos espectadores esperando jactarse de todo. Brian sacó de su bolsillo un ejemplar del libro editado en el que había trabajado sin descanso para poder tenerlo listo a tiempo, y se lo cedió a Sara. Ella se quedó sorprendida de verlo allí y aún más de que le entregara dicha obra. En la conversación que habían tenido tiempo atrás él le había comentado que solía escribir pequeños ensayos, pero ella siempre se decantaba por novelas en las que saborear más a fondo la historia y los personajes.
Brian había portado su pequeño tesoro durante largo tiempo en el bolsillo interior de su chaqueta, anhelando el momento.
Hubo un instante en el que sin necesidad de cruzar palabra ambos entendieron. Ella alegó retirarse al excusado y él salió por la puerta opuesta, rodeando el edificio. Ambos se encontraron en los jardines del otro lado del lago.
Por un noche, apenas unas horas durante la oscuridad, serían Brian y Sara, sin más.
Se contaron sus secretos sin posibilidad de penitencias futuras. Se confesaron palabras y sentimientos. Eran un hombre y una mujer compartiendo un momento de intimidad, sin clases ni riquezas.
Ambos estaban prendidos el uno del otro desde el primer momento que se vieron. Ambos eran conscientes de que pertenecían a dos mundos incompatibles. Ambos sabían que lo suyo sólo era posible en momentos de ensueño, en escapadas como la de aquella noche en la que sólo estaban él y ella.
Soñaron con la posibilidad de fugarse e irse lejos, pero él estaba comprometido con su trabajo y ella con otro hombre.
Se tomaron de la mano y compartieron miradas. El acercamiento entre ambos iba en aumento a la par que crecian los sentimientos. Brian acarició la mejilla de Sara y se acercó lentamente entregándose al ritmo de las palpitaciones de su desbocado corazón. El contacto con la calidez sus labios le hizo estremecerse y ella se dio cuenta. El juego del compartir y del sentir siguió su curso en la inmensidad y el secretismo del paisaje siendo conscientes únicamente ellos dos. Los demás seguían en el salón, bailando y conversando como una noche cualquiera. Para ellos dos siempre sería la noche especial.
Horas después, mientras permanecían abrazados, tapados con su propia ropa, rezaron para que el tiempo se parara y el resto del mundo los olvidara. Vieron a lo lejos algunos carruajes partiendo, por lo que comenzaron a vestirse temiendo que alguien los encontrara. La fiesta había terminado.
Cuando se despidieron, un último beso y sin querer soltarse de la mano, ambos desearon que pronto llegara el momento de reencontrarse, y sin necesidad de que ninguna palabra acompañara a los gestos, se separaron.
Brian se resguardó bajo un árbol y lloró amargamente por un momento que jamás volvería a repetirse. Montó en su caballo y volvió por su camino, a su vida de historias imaginadas, soñando que otra de sus obras ya escritas se convirtiera en realidad.
Besinos de chocolate.